Las razones del corazón


“El corazón tiene razones que la razón no entiende” decía Blaise Pascal hace varios cientos de años. Desde profundas discusiones filosóficas hasta apasionados poemas de amor, pasando por películas y debates de toda índole, la frase ha hecho carne en muchos. También se aplica a las lealtades partidarias como son vividas por los uruguayos.

Una obra ya clásica sobre las identificaciones partidarias las define como asuntos de “corazones y mentes”, en el entendido de que las construyen tanto componentes afectivos como cognitivos (Green, Palmquist, y Schickler 2002). Uruguay es el país de las Américas en el que más personas tienen lealtades partidarias: 66% de la población en edad de votar, según el Barómetro de las Américas 2010. Estas obedecen mucho más a cuestiones de “corazón” que de “mentes”.

“¡Pero si la mitad del país es de izquierda y la otra es de derecha!” seguramente estarán pensando muchos. Si, sin dudas. Y las identificaciones ideológicas son congruentes con los discursos partidarios sobre esas identificaciones. En la medición clásica que solicita a las personas señalar su posición ideológica con un número de 1 (izquierda) a 10 (derecha), los que votaron a José Mujica en las elecciones nacionales de 2009 promedian 3.7, los votantes de Luis Alberto Lacalle 7.0, y los de Pedro Bordaberry 7.4. Es más, las diferencias son aún más marcadas para los que se declaran partidarios (y ya no solamente votantes): el promedio para los frentistas de 2.8, para los blancos 7.4, y para los colorados 8.0, siempre según la misma encuesta. Sin embargo, estas diferentes etiquetas ideológicas que asumen votantes y partidarios no se traducen –ni necesaria ni claramente- en actitudes diferenciales sobre el rumbo que debería seguir el país, es decir, sobre las cuestiones de la “razón”. Oficiarían, entonces, más que nada, como otro rótulo cargado de emotividad, que se extiende a partir de la identificación partidaria.

En particular, el rol que debería cumplir el Estado suele oficiar de parteaguas de las visiones racionales, más allá de los componentes afectivos de las identificaciones partidarias. Sin embargo, no es el caso en Uruguay. Según el Barómetro de las Américas, en una escala de 0 a 100, en la que 0 indica el menor intervencionismo posible y 100 el mayor intervencionismo estatal posible,[1] Uruguay alcanza un promedio de 87.1 según las opiniones de sus ciudadanos; es el segundo país más pro-Estado de las Américas, detrás de Paraguay.

Este altísimo promedio no esconde diferencias irreconciliables entre los simpatizantes de los distintos partidos políticos, sino todo lo contrario: los que menos apoyan el intervencionismo estatal son los blancos, pero el promedio de apoyo entre ellos es igualmente muy alto: 86 puntos en la escala de 0 a 100. Para los colorados el promedio es 86.3 y para los frentistas 88.8.

Por tanto, las famosas etiquetas de “izquierda” y “derecha” que orgullosamente asumen los simpatizantes de los distintos partidos, al menos en este caso, no funcionan como indicadores de cosmovisiones de país, como señeros de posiciones racionales que dividen los bandos partidarios. Por el contrario, parece que su contenido está mucho más vinculado a cuestiones de corazón, surcadas por las lealtades y el folclore partidario, que a cuestiones de la razón (otra vez, al menos en lo que atañe a esta dimensión).

De este argumento se siguen varias consecuencias. En primer lugar, según la visión del grueso de los ciudadanos no existirían realmente dos (o más) “modelos opuestos” del Uruguay, sino distintas maneras de mirar, comunicar y sentir hacia dónde debería ir el país, que se articulan de modo muy diferente desde los distintos discursos partidarios.

Pero, además, si el principal motor detrás del encolumnamiento partidario no es racional sino afectivo, entonces tanto la tesis de las familias ideológicas como la de marcha hacia la fusión de los partidos tradicionales deberían ser seriamente revisadas.

Referencias




[1] La escala de apoyo al intervencionismo estatal resume el apoyo a las siguientes medidas: que el Estado deba ser el dueño de las empresas más importantes del país, que el Estado deba ser el principal responsable de crear empleos, que el Estado sea el principal responsable de asegurar el bienestar de la gente, que el Estado deba implementar políticas firmes para reducir la desigualdad de ingresos, que el Estado sea el principal proveedor de servicios de salud, y que el Estado sea el principal responsable de las jubilaciones.

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