Nota de David Altman
La emergencia del Partido Digital es una noticia que pone la oferta electoral para las próximas elecciones nacionales a tono con varias democracias del norte. Esto no es ni bueno ni malo, simplemente es un dato del devenir de los tiempos (donde destaca la eclosión de partidos focalizados en ciertos ámbitos de interés o inclusive monotemáticos). El Partido Digital recientemente formado pertenecería al linaje que en Europa adquirió el lema de partidos “pirata” y en cuyo ADN se encuentra un intento de transformación radical de la representación política tal como la conocemos y entendemos.
El leit motiv del Partido Digital son los enormes problemas que tiene la representación política. Si bien el diagnóstico sobre la misma puede compartirse en alguna medida, el Partido Digital propone un mayor involucramiento ciudadano a través del voto directo en los temas que le parezcan pertinentes. Esto es, en principio, algo razonable. No en vano, en Uruguay ya hace mucho tiempo hemos adoptado mecanismos de democracia directa que nos permiten corregir el rumbo en temas y momentos puntuales, sea vía la iniciativa popular de reforma constitucional o el referéndum contra las leyes.
La idea fuerza que ofrece el partido en su plataforma digital es: “Solo vos conocés los problemas que te aquejan. ¡No necesitás que te representen!”. Ya desde los tiempos de Locke y luego Mill, sabemos que no hay nadie mejor que uno mismo para saber lo que uno quiere. En su versión más parroquial sería algo como “todos saben dónde le aprieta el zapato”. No es difícil compartir la primera frase de esta cita, profundamente liberal y que ataca frontalmente la médula del paternalismo (en todas sus diferentes variantes). El problema surge, en mi opinión, con la segunda frase de esa cita, con ese “no necesitas que te representen”; con la apelación a lo directo para toda política pública. Permítame el lector explicar mi posición usando argumentos que aparecen en mi último libro sobre democracia directa (Altman 2019).
La democracia directa (digital o en el papel tradicional) no puede reemplazar al gobierno representativo por dos razones clave. Primero, un régimen democrático puramente directo requiere que la agenda pública se divida en temas discretos que se votan por separado, tal cual sucede en la enorme mayoría de los parlamentos contemporáneos, incluido el nuestro. Los costos políticos predecibles de hacerlo son sustanciales, y las hipotéticas mejoras son muy distantes, y por cierto, inciertas (McGann 2006: 128). En segundo lugar, el gobierno representativo tiene externalidades positivas para la vida social, independientemente de si la representación se considera un mal necesario, una necesidad técnica o un bien social.
Pensemos en una agenda temática “x”, donde la ciudadanía tiene que tomar partido de forma directa. Incluso si los votantes toman decisiones razonables sobre cada tema individualmente, el paquete general de políticas tomadas en su conjunto puede no tener sentido. Para ilustrar este punto, imagine una situación en la que se pide a los once votantes de nuestro demos (A – K) que voten sobre once preguntas de nuestra agenda “x” (1–11), ver la Tabla 1. Todas estas preguntas son aprobadas por un margen de 6–5, absolutamente todas ellas. Y, a pesar que todas fueron aprobadas, podría suceder fácilmente que la mayoría de los votantes vote en minoría sobre la mayoría de las preguntas, tal como Anscombe describió claramente en 1976.
En el ejemplo de la Tabla 1, el grupo compuesto por los votantes A-G (siete de once votantes, o 64 por ciento), votó en la minoría de las decisiones en seis de las once preguntas. Peor aun: un segundo grupo compuesto por los votantes A-F, que representan el 55 por ciento de todo el electorado, votó dentro de la minoría el 64 por ciento de las preguntas!
Aunque el escenario en la Tabla 1 es una simplificación obvia, el problema fundamental que representa no es inverosímil. Es perfectamente posible que, a través de una serie de decisiones directas, la mayoría de los ciudadanos estén en el lado perdedor a pesar del hecho de que cada decisión se adopta por regla de la mayoría. Obviamente, esto es problemático por decir lo menos y socava la deliberación democrática razonable.
Tabla 1: (Altman 2019, p. 14; basada en Ascombe 1976, p. 161) |
Que la representación no esté dando el ancho o que muestre enormes problemas, no implica terminar con la representación en sí misma. A pesar que las instituciones representativas creen “corredores de poder" que tienden a incentivar intereses y comportamientos perversos (Pettit 2003), que los políticos puedan ser capturados por grupos de presión (Greenwood and Thomas 1998; Kollman 1997), que algunos candidatos manipulen a los ciudadanos para ser electos (Maravall 1999), que los representantes puedan traicionar los principios sobre los cuales fueron elegidos (Stokes 2001; Weyland 1998), o que los legisladores puedan ser obligados a sacrificar sus políticas preferidas en pos de la construcción de compromisos políticos (Cooter and Gilbert 2010), la representación tiene enormes virtudes que nos permiten agregar intereses de una sociedad diversa siendo sensible a la intensidad de las preferencias de los ciudadanos. A pesar de los riesgos señalados, sin esa agregación e intermediación de las instituciones democráticas (léase: políticos, partidos, comisiones legislativas, plenos, etc), los resultados pueden ser nefastos para la enorme mayoría de la ciudadanía. La democracia es mucho más que una simple suma de preferencias: supone negociación, debate, construcción de opiniones, priorización de políticas, por citar algunos ejemplos.
Independientemente de no comulgar con los intereses del Partido Digital, celebro que un grupo de ciudadanos preocupados por la “cosa política” aúnen fuerzas para intentar cambiar al Uruguay de acuerdo a sus ideas dentro de las reglas del juego y el imperio de la ley. Esto habla bien de ellos, sus motivaciones, y las reglas del sistema político en su conjunto.
Referencias
Altman, David. 2019. Citizenship and Contemporary Direct Democracy. New York: Cambridge University Press.
Anscombe, Gertrude. 1976. "On Frustration of the Majority by Fulfilment of the Majority's Will." Analysis 36 (4):161-8.
Cooter, Robert D., and Michael D. Gilbert. 2010. "Theory of Direct Democracy and the Single Subject Rule." Columbia Law Review 110 (3):687-730.
Greenwood, Justin, and Clive S. Thomas. 1998. "Regulating Lobbying in the Western World." Parliamentary Affairs 51 (4):487-99.
Kollman, Ken. 1997. "Inviting Friends to Lobby: Groups, Ideological Bias, and Congressional Committees." American Journal of Political Science 41 (2):519-44.
Maravall, José María. 1999. "Accountability and Manipulation." In Democracy, Accountability and Representation, ed. A. Przeworski, S. Stokes and B. Manin. New York: Cambridge University Press.
McGann, Anthony J. 2006. The Logic of Democracy: Reconciling Equality, Deliberation, and Minority Protection. Ann Arbor: The University of Michigan Press.
Pettit, Philip. 2003. "Deliberative Democracy, the Discursive Dilemma and Republican Theory." In Philosophy, Politics and Society, ed. J. Fishkin and P. Laslett. New York: Cambridge University Press.
Stokes, Susan C. 2001. Mandates and Democracy: Neoliberalism by Surprise in Latin America. Cambridge: Cambridge University Press.
Weyland, Kurt. 1998. "The Politics of Corruption in Latin America." Journal of Democracy 9 (2):108-21.
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