Desde hace varios años, distintas investigaciones vienen planteando el marcado desequilibrio que presenta la distribución del ingreso y el gasto público social en términos etarios en el Uruguay. La evidencia presentada en ellos enfatiza las diferencias en el acceso al bienestar de las generaciones más jóvenes, y la posición relativamente favorable que las generaciones adultas ocupan cuando se las compara con éstas en un conjunto de dimensiones. Estos análisis han mostrado la urgencia de “recalibrar” o reorientar la arquitectura de bienestar uruguaya y, en este proceso, otorgar un papel más preponderante a la inversión social para las generaciones más jóvenes. Afortunadamente, los políticos y las políticas públicas no han sido indiferentes a esta reflexión y, aunque todavía queda mucho, mucho por hacer, el país ha avanzado notoriamente en este proceso de reorientación.
Pero a la hora de reflexionar sobre los avances y retrocesos, y sobre cómo profundizar el rumbo de los cambios, es frecuente que el debate sobre la inequidad intergeneracional se dirija a callejones sin salida, cuando algunos argumentos “políticamente correctos” pero generalmente vacíos de contenido son puestos sobre la mesa. Básicamente, estos argumentos señalan que la constatación de la inequidad intergeneracional en Uruguay no puede llevar a plantear una puja distributiva entre los adultos mayores y los niños. Por diversas razones, estos argumentos han desarrollado raíces muy potentes, al punto que en el Uruguay de hoy no hay seminario, mesa redonda, congreso o actividad en la que luego de cualquier referencia a la situación objetiva e inocultable de inequidad intergeneracional no se alce la voz del “sentido común” y lo “políticamente correcto” para señalar los peligros que se derivarían de intentar pensar políticas que corrijan tal situación. Con mucha frecuencia estas advertencias toman la forma de “rezongos” dirgidos a quienes estamos interesados en la cuestión de la inequidad intergeneracional. Esto nos ha pasado investigando sobre la pobreza infantil y, paradójicamente, también nos ha pasado al investigar sobre el bienestar en la vejez. Llamativamente, con frecuencia estos argumentos nos han dejado “sin libreto” y pocas veces hemos logrado debatirlos y rebatirlos públicamente.
Hay que decir que estos planteos son, en parte, entendibles, e incluso podrían llegar a ser compartibles en otro nivel de discusión (o en otro país! quizá en otro tiempo!), pero al “colarse” en el debate actual sobre la inequidad intergeneracional uruguaya no sólo no aportan nada, sino que confunden y, sobre todo, llevan a una desesperante inacción. Por todo ello, entonces, traigo y discuto aquí algunos de los tantos argumentos que he escuchado en estos últimos años.
“La infancia es muy importante, pero no se puede quitar a los viejos para dar a los niños, eso es desvestir un santo para vestir a otro”, Ah, ¿no se puede? Bueno, de eso se trataba, en parte, la idea de “recalibrar”, reorientar, repensar el gasto y la matriz de protección para todas las generaciones, y ver si hay alguna forma de proteger un poco más y mejor a los sectores que están más desprotegidos. Obviamente que esto no quiere decir que mañana reducimos las jubilaciones a la mitad y pasado ponemos esa misma plata en escuelas de tiempo completo, es decir, sacarle beneficios a los adultos mayores de HOY para dárselos a los niños de HOY. Aunque claro, esto sí significa avanzar hacia una mejor distribución entre generaciones en el tiempo, resolviendo donde poner los nuevos recursos. Y sí significa mayor coherencia interna y un rumbo claro a decisiones que día a día se toman en nuestro país, que afectan al gasto público, a la inversión social y, en definitiva, a profundizar o reducir la inequidad intergeneracional. Porque hay que tener claro que, aunque no se explicite claramente, cuando se resuelve priorizar la inclusión de los jubilados en el FONASA y no la de los hijos de trabajadores informales o de los desempleados, se están tomando opciones, que favorecen a unas generaciones frente a otras. Esto sí afecta, por cierto a los niños, los trabajdores informales, los desempleados de HOY; afecta también a los de mañana y a los de dentro de diez años. El debate sobre la inequidad intergeneracional busca, al menos, abrir la posibilidad de discutir y evaluar mejor estas opciones que parecen tan naturales y se dan tan por sentado en el Uruguay. Opciones que visten con mayor frecuencia a un santo y dejan sistemáticamente a otro desnudo.
“Hay que partir de un enfoque de derechos, y eso implica que todos tienen derechos, no sólo los niños, los adultos mayores también”, Bien, de acuerdo con que los derechos (adquiridos) de los adultos mayores no se pueden vulnerar, porque todos tenemos derechos y ellos también. Pero, ¿qué pasa con los derechos NO adquiridos de los niños, los adolescentes y los jóvenes? Es cierto que el discurso sobre derechos ha “prendido” mucho más en relación a las generaciones más jóvenes, de esto suelen quejarse algunos…¿Por qué será?. Pero recordemos, aunque los discursos ayudan a construir conciencia, no son más que discursos. La verdadera apuesta por un enfoque de derechos se ve en la cancha, es decir, en las políticas y en sus resultados, y mientras siga habiendo casi cuatro de cada diez niños de 0 a 6 años viviendo bajo la línea de pobreza, superar la fase discursiva del asunto no es una opción, sino una obligación.
“Estamos en contra del “edadismo” y de quienes dicen que llegó la hora de dejar de lado a los viejos y ocuparse de otros sectores sociales”. Plantear la cuestión en estos términos es sencillamente inconducente y absurdo. Ahora bien, no hay que olvidar: reorientación significa redistribución, estar dispuestos a cambiar el rumbo y, si es necesario, considerar la posibilidad, en el mediano y largo plazo, de modificar algunos derechos adquiridos para garantizar algunos no adquiridos. Significa darnos aunque sea la opción de pensar que lo que tenemos no es lo mejor, o es peor de lo que creíamos que era, o era bueno antes pero ahora no nos sirve tanto..En fin, romper mínimamente la frontera de la reflexión y plantearnos, con la profundidad y seriedad que corresponde, hacia donde queremos ir y como querríamos hacerlo.
“No estamos de acuerdo con la falsa oposición que se ha intentado plantear entre los viejos y los niños/jóvenes”, No, claro, yo tampoco!, menos aún cuando pienso que fui niña y adolescente, soy una mujer adulta y en algún momento seré vieja, y necesitaré de los apoyos del sistema de protección, tener una jubilación o una pensión, tener acceso a servicios de salud. Menos aún cuando pienso en el bienestar de mis hijos de 1 y 4 años, en las oportunidades educativas de mis sobrinos de 12 y 9 años, en las jubilaciones de mis recientemente jubilados padres de 65 años, y en los innumerables quebrantos y necesidades de atención médica de mis suegros de 86 y casi 90 años. Pero es importante recordar que, a la hora de abrir una discusión de este tipo, aún cuando la pensemos en el tiempo, la tendencia natural de los actores a defender los intereses que HOY tienen puede conducirnos a un debate pobre y extremadamente limitado, sobre todo porque HOY algunos tienen derechos garantizados y otros no. Entonces, de acuerdo con que la oposición entre generaciones planteada en los términos en que suele plantearse es falsa. Lo que no es falso, en absoluto, es que las opciones de protección que el país ha hecho -y todavía sigue haciendo en varios planos- desde que construyó su matriz básica de bienestar ya no protegen a todos por igual, mejor dicho, ya no protegen a todos.
Creo que “ya estuvo” de estos argumentos tan “políticamente correctos”, tan responsables de limitar y empobrecer el debate sobre la inequidad intergeneracional, y que sin hacerse cargo contribuyen a vestir siempre a los mismos santos.