Andy Warhol, "Mao Tse-Tung" (1972) |
¿Cuál es la formación que deben recibir nuestros docentes?
En torno a esta pregunta, muy amplia, publiqué el año pasado
en este mismo espacio un par de notas. En su momento planifiqué (y prometí)
escribir varias más. Me propongo retomar parcialmente esa promesa. Ya no sé si
seguiré con la serie prometida, pero no me gustaría dejar de decir algunas de
las cosas que quedaron en suspenso. Así que recapitularé muy brevemente lo dicho hasta ahora, para agregar al final algunos nuevos apuntes y una modesta propuesta. (Me repetiré un poco, pero, de esta manera, nadie necesitará ir a leer o a releer aquellas viejas notas para entender las pocas cosas novedosas que voy a añadir.)
La formación docente en Uruguay se ha sostenido hasta ahora sobre tres pilares: los saberes específicos de la disciplina que el futuro docente impartirá, los saberes de las ciencias de la educación y los saberes didácticos. Los tres pilares son razonables; con variaciones, se repiten más o menos en todas partes del mundo. Pero hay tres problemas graves. El primero es que la formación específica es notoriamente insuficiente. El segundo es la sobrecarga de horas presenciales, de aula o de práctica, que sufren los estudiantes. El tercero es la repetición y la superposición de contenidos curriculares, sobre todo en el caso de las materias de ciencias de la educación.
Habría que llevar a cabo una reforma de la formación docente que aumentara la formación específica que existe en la actualidad al tiempo que hiciera recortes en los otros pilares, especialmente en lo que atañe a la formación general en ciencias de la educación.
Una opinión muy extendida, sin embargo, es la exactamente contraria; a saber: que hay que conservar toda la formación no específica que se pueda y sacrificar la especificidad. Esto es lo que creen las autoridades actuales de la educación, lo que creen muchos presuntos especialistas en la materia, nacionales y extranjeros, y lo que seguramente crean también las autoridades futuras, sea quien sea que gane las próximas elecciones nacionales.
Un docente, según el consenso dominante, es alguien que sabe enseñar, no que sabe enseñar esto o aquello, sino que sabe enseñar a secas. La formación de los docentes, desde esta perspectiva, consiste no en enseñar estos o aquellos contenidos disciplinarios, sino en «enseñar a enseñar».
Contra el consenso dominante, algunos pensamos que la enseñanza se parece a tocar el piano o a jugar al tenis, no a construir un puente ni a mandar un cohete a la Luna. Existen las ciencias de la educación, pero la enseñanza no es una ciencia aplicada. Existe también la musicología, pero tocar el piano no es musicología aplicada. Un profesor ante todo debe saber de lo que enseña; es por ello que su formación debe estar centrada, sobre todo, en la incorporación de conocimientos disciplinarios, no en la incorporación de conocimientos de las ciencias de la educación. Porque no se va a dedicar a la investigación educativa sino a la enseñanza. Y nadie puede enseñar lo que no sabe por más ciencias de la educación que haya estudiado. Nadie se convierte en docente por haber «aprendido a enseñar». A enseñar se aprende enseñando. Y a tocar el piano se aprende tocando. No existe una ciencia teórica cuyo manejo solvente convierta a alguien en un pianista y no existe tampoco una ciencia teórica cuyo manejo solvente convierta a alguien en un docente.
Aprender a tocar un instrumento exige atención, dedicación, interés, también algún tipo de talento especial. Aprender a enseñar es igual: exige atención, dedicación, interés, también algún tipo de talento especial. Un cierto conocimiento de historia de la educación, de sociología de la educación, de filosofía de la educación, de psicología de la educación y de pedagogía puede ayudar a enseñar, pero ese conocimiento no transforma a alguien en una persona que sepa enseñar. Tampoco los años en el aula. Se puede tocar muchos años un instrumento y hacerlo siempre y sistemáticamente mal. Lo que es seguro, absolutamente seguro, es que, si uno no toca su instrumento, el conocimiento de la historia de la música, la sociología de la música, la filosofía de la música, la psicología de la música y la física de las ondas sonoras no lo va a transformar en un buen ejecutante.
Por este motivo, la formación disciplinaria es absolutamente indispensable para los futuros docentes. Porque «enseñar a enseñar» no es posible (aunque la práctica, antes y después de obtener el título, así como la guía de viejos y buenos docentes, es sin dudas de inestimable ayuda). En cambio, enseñar los contenidos disciplinarios específicos —que, a su vez, el docente luego enseñará— sí que es posible. Posible y necesario. Es de hecho lo único imprescindible.
Hasta aquí un resumen de lo sostenido en las notas anteriores.
Hay entonces dos maneras de encarar el asunto: la de las autoridades educativas actuales (y seguramente también de las futuras) y de los presuntos especialistas en educación, por una parte, y la de algunos pocos entre los que me cuento, por otra. ¿Cómo se resuelve este contencioso? Sugiero lo siguiente: dejemos que la práctica lo decida.
Hoy las universidades públicas (incluyendo a la mayor universidad del país, la Universidad de la República) no pueden formar docentes, aunque sí lo pueden hacer, sí están autorizadas para ello, algunas universidades privadas. En la órbita pública solamente puede formar docentes la Administración Nacional de Educación Pública, que es el organismo estatal responsable de la planificación, gestión y administración del sistema educativo público en sus niveles de enseñanza inicial, primaria, secundaria, técnica y también en la formación docente terciaria en todo el territorio nacional. Pues bien, terminemos de acabar con ese monopolio que ya está parcialmente acabado en tanto y en cuanto se ha habilitado hace años a las universidades privadas a formar docentes. Y que compitan una visión de la formación docente centrada en las ciencias de la educación y otra centrada en las disciplinas. Y que se vean los resultados.
Hace tiempo que los partidarios de la concepción de «enseñar a enseñar» militan por la creación de una «universidad pedagógica». Yo no estoy sosteniendo que no haya que crearla. Solamente digo que se habilite también a las universidades no pedagógicas públicas a formar docentes, ni más ni menos que aquello a lo que ya están habilitadas las privadas. Y que compitan al menos dos maneras de formar a los docentes.
Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.