Para empezar quisiera disculparme porque a continuación creo que voy a romper un par de reglas de este fermental blog. En primer lugar he decidido acompañar este texto con un video animado. En segundo lugar, me voy a permitir escribir sobre un tema que no es mi área de trabajo y reflexión habitual.
Antes de continuar con la lectura, quisiera sugerir a quienes estén leyendo este post, que se tomen algo más de 3 minutos para ver el excelente video animado de Nina Paley que acompaña este texto.
El mensaje del corto resulta sencillo. Describe el actual conflicto entre Israel y Palestina como el resultado de una larga sucesión histórica de conquistas, desplazamientos y muertes de los habitantes del territorio por sus nuevos ocupantes. Al observar dicha sucesión resulta evidente la irracionalidad de cualquier pretensión de legitimidad de la ocupación de dicho territorio (ya sea por parte de árabes, judíos u otros) y la exclusión de los demás de dicho derecho. Al menos debería resultar irracional para aquellos que consideren que dicha legitimidad debería tener un origen distinto a la voluntad divina.
Sin embargo, mi intención no es
utilizar los párrafos siguientes para opinar sobre el curso del conflicto entre
árabes y judíos por los territorios que actualmente ocupan Israel y Palestina. Mi objetivo es generalizar el razonamiento. La
pregunta que me surgió, luego de ver el corto, fue la siguiente ¿Qué tan
aplicable es lo que se dice sobre Israel y Palestina a los demás estados del
planeta? Mi respuesta inmediata fue que es totalmente aplicable. La única
diferencia, entre los casos de Isreal y Palestina y los demás países, radica en qué tan recientes son o han sido los conflictos violentos
para dirimir quienes ocuparán los territorios que forman los estados-naciones
actuales. Pero la distancia en el tiempo no agrega ni una pizca de racionalidad
a las pretensiones de legitimidad de la ocupación de un pedazo del planeta y la
exclusión de los demás seres humanos.
Todos los estados del mundo se
han creado sobre la base del exterminio y/o la usurpación, en algún momento de
la historia, de sus habitantes anteriores.
Para justificar este desagradable
hecho, en los últimos siglos surgieron y se desarrollaron los nacionalismos
como ideología que busca legitimar estos procesos. La idea central de estas ideologías
es que cada nación tiene el derecho a tener su propio estado. A su vez,
presuponen que previo a la conformación de dichos estados, ya existía un
conjunto de personas que compartían una identidad nacional.
Sin embargo, los puntos de
partida de estas ideologías son racionalmente insostenibles. Las identidades
nacionales no son previas a la realidad histórica, sino que han sido
construidas por la ideología nacionalista y los estados. Por otro lado, el
nacionalismo no es capaz de dar una definición rigurosa de la identidad
nacional. Y, aunque lo lograra, no hay ninguna explicación para legitimar
porque cierto conjunto de personas tendrían derecho a ocupar tal o cual pedazo
de la Tierra y no otro.
En el mundo contemporáneo lo que
existe es un acuerdo bastante inestable entre fantasmas para no andar pisándose
la sábana, pero donde todos los estados-naciones son fantasmas.
Estos párrafos constituyen una
reinvindicación del antinacionalismo. Pero no solo porque los nacionalismos han sido
las ideologías que han buscado legitimar gran parte de la barbarie de la
historia de la humanidad de los últimos dos siglos (en los siglos anteriores el primer puesto en este ranking se lo llevaron las religiones). Sino porque además,
considero que se trata esencialmente de una ideología anti-igualitarista (o dicho
de otro modo, de derecha).
Básicamente el nacionalismo
justifica el hecho de que un conjunto de personas (debido a su origen étnico,
religioso, cultural, etc.) tengan ciertos derechos de los que se excluye al resto de los seres humanos. Esos
derechos no son otra cosa que la posibilidad de vivir en un lugar, beneficiarse
(en forma desigual) de los recursos económicos disponibles en el territorio,
etc. Si además se trata de un país con un gobierno más o menos democrático,
tendrá también el derecho de incidir marginalmente en el rumbo que tome dicho
estado.
Francamente no se me ocurre una
buena razón por la cual un uruguayo (debido a que parte de su identidad incluye
cosas como el gusto por el asado, el fútbol y las tortafritas) deba tener los
mencionados derechos referidos a Uruguay y no, por ejemplo, un camboyano.
Una respuesta habitual, consiste
en afirmar que la diferencia es que el uruguayo nació en Uruguay, entonces
obviamente tiene que tener esos derechos. Sin embargo, yo nací en el Casmu 3, nací en Montevideo, nací en Uruguay, nací en Sudamérica
y en la Tierra. Entonces
¿por qué mis derechos han de estar circunscriptos a la frontera de Uruguay y
los del camboyano a Camboya? Esa respuesta encierra un razonamiento circular.
Los uruguayos tendríamos esos derechos y para usufructuarlos podríamos legítimamente
constituir un estado, pero habríamos obtenido esos derechos gracias a que ese estado ya
existía y nacimos en él.
Para alguien que desee un mundo
sustantivamente más igualitario, su postura en materia de política
internacional debería ser oponerse a todos los nacionalismos. Empezando por el
propio.