¿El lujo es vulgaridad? Lógicas privadas en la gestión de lo público

Foto: "Herramientas" por Juantiagues, bajo licencia CC BY-SA 2.0

No por reiterada hasta el cansancio, la afirmación de que la “reforma del Estado” es una de las grandes cuentas pendientes de las administraciones frenteamplistas deja de ser cierta. Las explicaciones de esta situación serán muy variadas y parciales, pero yo destacaría un par: por un lado, un error en el formato discursivo con que se presentó el problema (el marco del debate) centrado sobre todo en la primera administración de Vázquez – aquella de “la madre de todas las reformas” – en la cuestión de los recursos humanos de la Administración Central y su rápida asociación a temas de inamovilidad de los funcionarios públicos, ingreso de nuevos funcionarios, etc. A esta simplificación ha colaborado notoriamente la prensa, a partir del tratamiento que realiza sobre estos temas.

Por otro lado, aparece el viejo tema del saber hacia dónde ir. Si no existe una visión política medianamente clara de qué Estado necesita un partido que se encuentra en el gobierno para una mejor promoción de su estrategia de desarrollo social y productivo, difícilmente pueda articular de forma coherente los cambios institucionales. Ante esta indefinición, se corre el riesgo de que se produzca una situación en la cual los instrumentos se convierten en los fines de la acción pública. En el caso concreto del Frente Amplio, su heterogeneidad interna, pero sobre todo la escasez de debates verdaderamente públicos y políticos sobre la definición de temas estratégicos, está determinando un recorrido errático en cuestiones asociadas a la construcción y reforma del aparato estatal.

La razón de este “retiro” del tema del ágora puede ser entendible: discutir sobre administración es aburrido, no genera réditos electorales concretos y en corto plazo, y peor aún: intentar transformar ciertas estructuras históricamente consolidadas puede ser extremadamente costoso. De hecho, en los lugares donde sí se pueden observar cambios importantes como gobierno electrónico o incluso la creación de un tercer nivel de gobierno, no existían a priori fuertes intereses defensores del statu quo. Estas razones tendrán validez individual, pero no son excusas desde un punto de vista del interés público, por la sencilla razón de que el aparato estatal “eppur si muove”. Desde ningún punto de vista puede negarse que el Estado uruguayo haya cambiado mucho en la última década, tanto desde su fisonomía como desde algunas cuestiones vinculadas a su funcionamiento interno y a cómo las organizaciones estatales se vinculan con otros actores sociales.

Uno de los aspectos que destaca entre dichos movimientos, es una búsqueda continua por saltear o reducir las estructuras ministeriales tradicionales, por ejemplo a través de la descentralización de ciertos organismos ejecutores como en el caso de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE) a partir de la reforma de la salud. Pero el punto que me interesa exponer en estas líneas, es lo que algunos autores han denominado la “fuga al derecho privado”[1], y en particular a través de la creación de Personas Públicas No Estatales (PPNE).

Esta no es una figura nueva, y de hecho estamos acostumbrados a convivir con estas entidades. De hecho, la Caja de Jubilaciones y Pensiones Bancarias fue creada en 1925, e incluso el Frigorífico Nacional fue creado en 1928 con esta figura jurídica. Básicamente, las PPNE deben ser creadas por ley, tienen como objetivo el cumplimiento de actividades públicas o de interés público; sus empleados no revisten la calidad de funcionarios públicos; su presupuesto es previsto y aprobado por la propia entidad; y en general son de administración mixta (representación de actores de gobierno y privados)[2].

Por ende puede decirse que las PPNE son una versión criolla de las viejas y queridas agencias de toda la vida, con la particularidad – muy uruguaya por cierto – de que independientemente de la existencia de algún gerente o figura similar, los partidos políticos están metidos en la conducción de las mismas. Esto las convierte sin lugar a dudas en un espacio más para la lucha por cargos y posiciones de poder, pero con el detalle de que su control queda bastante más alejado de la órbita parlamentaria, y la autonomía respecto a los ministerios de referencia no es nada despreciable.

Luego de un recuento bastante minucioso pero no exhaustivo, se puede observar que desde el año 2005 fueron creadas 15 nuevas PPNE en áreas muy sensibles y prioritarias para la vida social y productiva del país, además de la reformulación de otras PPNE ya existentes como la Corporación Nacional para el Desarrollo, organismo clave para el éxito de las tan promocionadas PPP (Participación Público-Privada). Solo para ilustrar: el Parque Científico y Tecnológico de Pando; el Centro Uruguayo de Imagenología Molecular; el Instituto Nacional de Cooperativismo; Uruguay XXI; el Instituto Nacional de Evaluación Educativa; o el Instituto de Regulación y Control del Cannabis. De esta breve selección, destaca entre otras cosas la amplitud y variedad de la agenda de gobierno del Frente Amplio, incluso me animaría a decir que mayor a lo que muchas veces se destaca.

Ahora bien, ¿Por qué se ha convertido esta figura en la respuesta reflejo del Frente Amplio para asumir nuevas tareas, más allá del éxito relativo de alguna de ellas? Ensayando alternativas para comprender el fenómeno, diría que por un lado, esto puede ser leído como una renuncia implícita a “hacer temblar las raíces de los árboles” del Estado uruguayo. Llegando casi a la mitad de la tercera legislatura frenteamplista, el núcleo duro de la Administración Central uruguaya permanece muy parecida a la de hace una década atrás, más allá de algún plan piloto perdido. Al menos públicamente, no se percibe interés en correr con los costos político-electorales de realizar reformas con un final incierto y sin ganancias en el corto plazo.

Pero lo dicho anteriormente no termina de explicar por qué la opción alternativa es la creación de PPNE. Y acá aparece la idea del título de esta nota: rompiendo con uno de los clivajes clásicos de la distinción entre izquierda y derecha, el Frente Amplio viene abrazando cada vez más – de forma sutil la mayor de las veces – la idea de que la gestión privada al final de cuentas es más eficiente que la gestión pública (a pesar de que no exista evidencia empírica de ninguna parte del mundo donde se demuestre esta afirmación). Y que si bien todos llevamos al Estado en el corazón, para hacer negocios o brindar bienes y servicios mejor funcionar con lógica de mercado que profesionalizar el sector público.

De esta forma, se puede estar produciendo lo que la literatura denomina “cambio institucional por capas”[3], donde al tiempo que no se modifican sustantivamente las reglas existentes como forma de evitar bloqueos, se vean creando nuevos arreglos “adosados” a esta estructura, pudiendo modificar en el mediano plazo la lógica de acción. En definitiva, si bien puede no existir una lógica explícita por avanzar en este sentido, el híper pragmatismo con el objetivo de poder hacer las cosas puede estar plantando la semilla de consecuencias no deseadas, como por ejemplo, la reafirmación de sentidos comunes tendientes a la necesidad de privatizar la gestión de “lo público”, en el entendido de que un empresario exitoso será por transitiva un buen gestor público.
La pregunta que queda, observando que esta lógica avanza incluso dentro del Frente Amplio es: ¿y ahora quién podrá defendernos?




[1] Ramos, C. y Milanesi, A. (2016) “¿Un Neoweberianismo imperfecto? Descifrando el modelo de gestión pública en el Uruguay durante los gobiernos del Frente Amplio”, Gustavo Blutman y Horacio Cao (Eds): Estado y Administración Pública: paradojas en América Latina. Universidad de Buenos Aires. Págs. 248-279.
[2] Ruocco, Graciela. 2014. "Personas públicas no estatales: ¿crisis o ductilidad de la categoría?" Revista de la Facultad de Derecho no. 30.
[3] Mahoney, J. & Thelen, K. (2010) Explaining institutional change. Ambiguity, agency and power. Cambridge University Press. Cambridge.

Foto: "Herramientas" por Juantiagues, bajo licencia CC BY-SA 2.0

La edad de los líderes

Mientras que la población de los países desarrollados se vuelven cada vez más vieja, sus democracias eligen líderes más jóvenes para conducirlos. Hace un tiempo The Economist comentó sobre los casos del Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y Francia. En 1950 la edad mediana de la población de estos cuatro países era de unos 34 años y sus líderes (presidentes/primeros ministros) tenían en promedio unos 70 años. En 2010, estos países tenían líderes casi 20 años más jóvenes (52 años en promedio) y sus poblaciones habían alcanzado una edad mediana de 40.

Las autocracias, en cambio, mantienen a sus líderes mucho tiempo en el poder. Los dictadores no solo son más viejos que los líderes electos por mecanismos democráticos, sino que están más lejos de la edad mediana de las poblaciones que gobiernan.

¿Por qué esto importa? Hay múltiples fenómenos potencialmente asociados a la edad de los líderes políticos. Muchos podrán pensar en que una de las ventajas de tener gerontes como gobernantes es la experiencia. Sin duda. Pero también esto puede tener consecuencias negativas para sus países. Por ejemplo, las personas tienden a tener vínculos más fuertes con otros de su misma generación, en el caso de gobernantes de edad avanzada podrían ser proclives a designar a otros ancianos en los principales cargos de confianza política. También se puede pensar que los ancianos tienden sostener esquemas de razonamiento más conservadores, o menos orientados a la innovación. Sus conocimientos (técnicos o académicos) pueden ser relativamente obsoletos, aún cuando tengan un alto nivel educativo o muchos años de educación formal. Más aún, la productividad de los ancianos es significativamente menor que los adultos de mediana edad. En suma, hay diversos motivos por los cuales la edad de los gobernantes podría ser un factor que afecte la calidad del capital humano que dirige el destino de las naciones.

Hay evidencia de que el capital humano de los líderes puede explicar resultados como el crecimiento económico (Besley et. al. 2011), aunque no sin discusiones (ver Carnes y Lupu 2016). También hay evidencia sobre que el recambio de líderes (muerte de dictadores ancianos que dan paso a gobernantes jóvenes) puede afectar directamente el crecimiento (Jonesy y Olken 2005).

El hecho de que una sociedad elija en algún momento de su historia un gobernante anciano no tiene por que ser un problema en sí mismo. Este fenómeno debe mirarse en el largo plazo. Mi intuición es que el problema existe cunado un país genera algún tipo de mecanismo por el cual los líderes de edad avanzada pueden ponerle obstáculos a otros competidores (potencialmente mejores gobernantes) de mediana edad. Cuando esos mecanismos están presentes, las naciones pueden sufrir las desventajas de seleccionar gobernantes con un sesgo hacia edades altas. Allí sí, dos o tres décadas de "gerontocracia" deberían ser un dato alarmante.

¿Qué líderes selecciona Uruguay? Aquí utilizo datos de Archigos (Goemans, Gleditsch, y Chiozza, 2009) para ilustrar el problema. La figura presenta la evolución de la edad de los presidentes uruguayos (algunos de ellos dictadores) en comparación con el resto de los líderes del mundo. El grafo superior muestra la edad de los presidentes en el año en que asumen su mandato. El grafo inferior muestra la misma información en percentiles de edad para cada año.



Desde el retorno de la democracia la edad de los presidentes uruguayos a tenido una marcada tendencia ascendente. En 2019 vamos a llegar a 20 años de ser gobernados por los líderes más avejentados del mundo. No se trata un caso aislado. Tampoco se trata de que tenemos presidentes apenas un poco más viejos que los presidentes latinoamericanos, o apenas algo más viejos que los primeros ministros europeos. Las edades de nuestros últimos cuatro presidentes al momento de asumir están el extremo de la distribución mundial.

Aún si el próximo presidente es una persona sustancialmente más joven (y hay ciertas chances de que esto ocurra tanto si gana el Frente Amplio como si gana el Partido Nacional), seguiremos conviviendo con una vida política fuertemente sesgada hacia las edades altas.




Referencias:

Jones, Benjamin F., and Benjamin A. Olken. "Do Leaders Matter? National Leadership and Growth Since World War II." The Quarterly Journal of Economics 120.3 (2005): 835-864.
Besley, Timothy, and Marta Reynal-Querol. 2011. “Do Democracies Select More Educated
Leaders?” American Political Science Review 105(3): 552–566.
Besley, Timothy, Jose G. Montalvo, and Marta Reynal-Querol. 2011. “Do Educated Leaders
Matter?” The Economic Journal 121(554): 205–227.
Carnes, Nicholas, and Noam Lupu. "What Good Is a College Degree? Education and Leader Quality Reconsidered." The Journal of Politics 78.1 (2016): 35-49.
Archigos. A Data Base on Leaders 1875 - 2004. A collaborative effort with Kristian Skrede Gleditsch (University of Essex, UK) and Giacomo Chiozza (Vanderbilt). The Archigos data set is the winner of the 2014 Lijphart/Przeworski/Verba Dataset Award, sponsored by the APSA section on Comparative Politics.

Uruguay: primero en desigualdad educativa

Relación entre origen social y resultados en matemáticas de PISA.
México y Uruguay, 2012. 

El próximo 6 de diciembre se harán públicos los resultados de la prueba PISA 2015, en la que Uruguay participó junto a otros 71 países. Esta prueba se aplica de manera trienal a alumnos de 15 años de edad, con el objetivo de conocer en qué medida logran desarrollar habilidades complejas y la capacidad de aplicarlas a situaciones reales.

PISA contribuyó significativamente a derrumbar el mito de la calidad de la educación en Uruguay. Hoy no quedan dudas de que no sólo estamos lejos de los países desarrollados, sino que tampoco salimos tan bien parados al lado de los países de la región. Ejemplo: los estudiantes uruguayos saben menos que los chilenos y están en el mismo nivel que los mexicanos (estos últimos, más pobres y expuestos a un sistema educativo plagado de corrupción y corporativismo). Por si no bastara, Uruguay ha empeorado sus resultados en los últimos 10 años, situación que hace de nuestro país un caso excepcionalmente crítico a nivel mundial. Y eso no es todo.

Si bien este sacudón ha reposicionado a la educación dentro de la soñolienta agenda nacional, por lo general los debates y propuestas se centran en mejorar la calidad de la enseñanza. Sin desconocer su importancia, considero tanto o más urgente atender a la desigualdad educativa. Primero, porque están en juego la justicia y el derecho a la educación de miles de niños y jóvenes. Segundo, porque la desigualdad es inseparable del problema de la calidad. Tercero, porque la desigualdad educativa en Uruguay es extremadamente elevada.

Existen muchas formas de definir la desigualdad educativa. Aquí me refiero específicamente a la desigualdad en los aprendizajes que es atribuible a las diferencias socioeconómicas entre los alumnos. Dicho de otra forma, a la medida en que las diferencias socioeconómicas se transforman en diferencias de aprendizaje. En todos los países evaluados existe una relación entre el origen social y el desempeño escolar; el problema es que en Uruguay esta relación es particularmente intensa.

En 2012 participaron en PISA ocho países del continente, en su mayoría con niveles de pobreza y desigualdad socioeconómica más elevados que los de Uruguay. Lo impactante es que, a pesar de sus condiciones relativamente favorables, nuestro país mostró la relación más fuerte entre origen social y desempeño educativo – junto a Perú y Chile -. En pocas palabras, Uruguay es uno de los países que traduce con mayor eficacia las desigualdades sociales en diferencias de aprendizaje.

Una comparación con México ayuda a ilustrar este fenómeno. Si ordenamos a los estudiantes de ambos países en un continuo de acuerdo a su condición socioeconómica, la brecha de aprendizajes entre el 25% inferior y el 25% superior es considerablemente mayor en Uruguay (108 puntos) que en México (64 puntos). Entre otras cosas, esto implica que los alumnos más “pobres” de México se desempeñan mejor que los más “pobres” de Uruguay. Los mexicanos cuyos padres no tienen primaria, o sólo estudiaron hasta secundaria básica, logran mejores resultados que sus pares uruguayos (entre 40 y 20 puntos). Sólo los uruguayos de mayor origen social (los hijos de universitarios, o los pertenecientes al cuartil más alto del índice socioeconómico de PISA) se despegan y obtienen mejores aprendizajes que sus iguales en México.

Estos resultados ponen en entredicho, al menos en principio, el discurso que reduce la desigualdad educativa a un epifenómeno de la inequidad social. Si bien es un factor relevante, las marcadas diferencias entre países en la intensidad de esta relación indica que hay otros factores en juego, de nivel nacional. La explicación estructural de la desigualdad educativa no puede ser un dato; deben desentrañarse sus condiciones de posibilidad. Sobre todo, es importante entender hasta qué punto esta relación puede estar afectada por ciertas características del sistema educativo. 

Muy probablemente, algunos de estos rasgos son los mismos que explican los bajos resultados (especialmente en secundaria). En principio, toda falla del sistema afecta más a quienes, despojados de otros capitales, sólo tienen a la educación pública como posibilidad de acceso a la formación. Programas desactualizados; currículos extensos y fragmentados; la abrupta transición de primaria a secundaria, con su efecto de desestructuración de las experiencias escolares; la elevada incidencia de la reprobación (sanción institucional que no corrige nada, pero desalienta y propicia el abandono); el desarraigo de los profesores de secundaria con respecto a los centros educativos. Todos estos elementos ya han sido diagnosticados, así como la parálisis nacional que ha impedido implementar medidas que en otros países ya son moneda corriente y que podrían estar dando resultados.  

El punto que quiero enfatizar aquí es que, además de los aspectos sistémicos, debe atenderse también a la forma en que funcionan y se gestionan los centros educativos. En Uruguay, aproximadamente la mitad de la desigualdad educativa se explica por diferencias entre escuelas. Estas diferencias no son independientes de la composición social y educativa de los centros. La segregación residencial y la migración al sector privado agrupan en distintos centros a alumnos con recursos y experiencias educativas muy disímiles. Esto, además de condicionar sus disposiciones hacia el aprendizaje, incide sobre la probabilidad de instituir condiciones mínimas para enseñar. El resultado es que muchos centros se limitan a administrar el caos o, en el mejor de los casos, intentan “contener” a los alumnos pero no desarrollan un proyecto educativo.

Dado que des-segregar a las escuelas es imposible sin muertos de por medio (porque la clase media alta se reproduce a través de la segregación), es urgente enfocarse en mejorar las posibilidades de los centros para educar a la población que tienen; dotarlos de apoyo y herramientas para consolidar proyectos adaptados a sus realidades específicas, sin perder de vista el objetivo principal de mejorar los aprendizajes. Para esto, cierto grado de autonomía escolar es necesario, pero no suficiente. Lo fundamental es que los recursos materiales y humanos del sistema se canalicen de forma prioritaria a las escuelas en situaciones más precarias, para apoyarlas en el desarrollo de iniciativas innovadoras, de proyectos sociales y educativos adecuados a los intereses, códigos y necesidades de los alumnos. Para esto se requieren nuevas capacidades institucionales y profesionales, que no pueden surgir (como alega la derecha) a fuerza de rendición de cuentas, pero tampoco (como alegan los sindicatos) a base de mejores salarios. Trillado como suena, el punto de partida inevitable es un pacto político y social de amplio espectro, lejos del populismo y la victimización, que establezca metas comunes, asigne responsabilidades claras y disponga de incentivos para su cumplimiento.    

Hasta hoy, la política educativa se ha limitado a poner parches en los intersticios tolerados por las complicidades y equilibrios políticos. No cabe esperar, en consecuencia, mejoras relevantes en los resultados de las evaluaciones. El repunte relativo en las condiciones socioeconómicas no tendrá, estimo, mayor repercusión en los aprendizajes, porque estas condiciones no agotan la explicación de los resultados educativos; es necesario cambiar las instituciones y su efecto amplificador de las desigualdades. El problema es que esta tarea podría ser más difícil que la de promover la equidad, que ya es mucho decir.




Los archivos sobre el pasado reciente: fetichismo y competencia en torno al uso y acceso a la documentación

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Hace un año que trabajo en un archivo, el archivo del Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos ubicado en la Facultad de Humanidades, que no es cualquier archivo, si no que es un archivo que posee documentación relacionada a la historia reciente del Uruguay, sobre partidos y organizaciones políticas; organismos de derechos humanos; sindicatos; el exilio; esto lo podemos encontrar en soporte fotográfico, así como también sonoro y audiovisual, además de la documentación en papel. Aquí he colaborado en la reorganización del archivo, en pos de facilitar su acceso.
A su vez, hace un año participo del equipo interdisciplinario que ha venido llevando a cabo la investigación sobre “Archivos y derechos humanos” cuyo objetivo fue recopilar y difundir información sistematizada sobre los archivos y repositorios documentales referidos al pasado reciente. Así como también, mejorar las prácticas de acceso público y uso responsable de dicha documentación promoviendo iniciativas para la aplicación de las leyes existentes. Para esto último convocamos a personas que trabajan en esos repositorios, así como a usuarios y otros especialistas, mediante talleres para compartir información y plantear alternativas a futuro[1].

A hora bien, este trabajo se entrecruza con mi otra función, la cual está relacionada con que integro el equipo interdisciplinario que lleva a cabo la investigación histórica sobre asesinados políticos y detenidos-desaparecidos en la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente.

Claramente el uso de los archivos es transversal a estas ocupaciones, pero no se restringe únicamente a estos ámbitos, para quienes investigamos el pasado reciente, la documentación de la época es fundamental para poder analizar, entender y reconstruir este período.

No solamente algunos historiadores, cuyo fetichismo exacerbado a veces por la documentación supera las propias ganas de investigar, ni únicamente algunos archivólogos quienes piensan que son los únicos capacitados para determinar el acceso y uso de la documentación, deberían ser los únicos/únicas que monopolicen este tipo de funciones ni en el ámbito investigativo, ni en el ámbito práctico (la de determinar el acceso y uso de la documentación).

Es decir y aquí me surgen dos tipos de reflexiones diferentes en torno a una misma problemática, el uso y acceso de documentación acerca del pasado reciente uruguayo y el considerar la interdisciplinariedad para el abordaje de estos documentos.

Voy a empezar desordenadamente, con respecto a la interdisciplinariedad para el abordaje de los archivos, me refiero a que el ámbito académico se vería enriquecido por abrirse a las diferentes posturas con respecto a los usos, enfoques, análisis y al tratamiento de la documentación en las investigaciones acerca del pasado reciente uruguayo. En la academia uruguaya, quienes han podido integrar de forma pionera el uso de los archivos como fuente de investigación han sido mayoritariamente los historiadores, aunque no serian los únicos.

Considero que debe haber una mayor apertura hacia todas las ciencias sociales y humanas (sociología, antropología, etc) para el intercambio y el enriquecimiento de las investigaciones, en torno al tratamiento y abordaje de la documentación. Pero esto solo se lograría si dentro del ámbito académico se generara un genuino intercambio y diálogo entre los diferentes conglomerados de intelectuales u profesionales que trabajan acerca de este período. Es decir, que para conocer avances en torno a la apertura de archivos o al uso de determinados archivos o a la realización de investigaciones, debe producirse un dialogo entre la academia y otros ámbitos que tal vez no son propiamente académicos, aunque no dejan de producir conocimiento que es académico.

Este año la prensa comunicó que un equipo de personas de la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente, estaba trabajando en dependencias de la Armada Nacional, específicamente en Fusileros Navales (Fusna), en busca de archivos de Inteligencia de la época de la dictadura. Esto simplemente salió en la prensa, pero no fue objeto de debate en el ámbito académico, más bien diría que no se le dio pelota.

Entonces ¿cómo podemos, mirar más allá de las competencias y en vez de estar divididos frente a la tarea investigativa con respecto a este tema, aunar esfuerzos e intercambiar posturas que ayuden a enriquecer el campo y a intercambiar recursos?. Tal vez, sea una pregunta un poco utópica para el ámbito académico uruguayo.
Esto en mi perspectiva, está relacionado con el otro punto que planteé más arriba, el uso y acceso de la documentación acerca del pasado reciente uruguayo, este aspecto más que problemático, dado que estamos a un poco más de 40 años del período que se intenta esclarecer y luego de haber pasado por ya casi tres gobiernos de izquierda, el acceso a la documentación no debería ser un problema, pero lo es.

Considerando que hay diferentes niveles de usuarios, voy a enfocarme en los investigadores, ya que este es el ámbito que me compete. Aquí el tema del acceso depende de muchos factores, entre ellos, uno de los factores más importante son las propias trabas burocráticas de las Instituciones que poseen estos archivos, dado que no siempre el personal a cargo es el idóneo para esta tarea, depende de la voluntad de quienes poseen la documentación el habilitar su acceso o no. Lo que muchas veces determina que cada institución hace "su manejo" y empleo de las leyes vigentes en torno al acceso a la información (Ley 18.381) como les parece y a veces sin mucho criterio.


Muchas veces los archivólogos no son los más idóneos para definir y determinar el acceso a determinada documentación, dado que por más que posean un conocimiento técnico acerca de cómo debe estar organizada la documentación o cómo esta debe ser preservada o tratada, deberían apoyar su trabajo en equipos interdisciplinarios, donde varios saberes y experiencias dialoguen en torno a cuáles son las mejores opciones para el acceso y uso de este material. Dado que, en algunos casos estos especialistas pueden poseer un conocimiento específico acerca del documento, que no necesariamente va acorde con su experiencia con respecto al uso y abordaje de los documentos, si no que a veces carecen de esta.

Por otro lado, el uso que se le da a los archivos, no lo pueden determinar ni imponer, los archivólogos, ni aquellos funcionarios que estén a cargo de la atención al público en las instituciones que posean estos archivos. Si no que, el uso de estos archivos depende de una ética del investigador, ya que no somos periodistas, somos investigadores, por ende los criterios de abordaje de dichos documentos son distintos. Pero el acceso no puede estar supeditado al uso, el acceso debe ser abierto y los investigadores deben tomar las precauciones necesarias para no exponer a las víctimas, ni revictimizarlas, pero los documentos deben poder ser accesibles y utilizables.

Para poder dialogar y reflexionar acerca de lo expuesto aquí y acerca de otros tantos aspectos más, se realizará este viernes 4 de noviembre el Seminario Archivos y derechos humanos: Aportes para las buenas prácticas[2], en la Sala Maggiolo a partir de las 14.00 hrs. Todos aquellos que quieran aportar e intercambiar experiencias, así como aunar esfuerzos en este camino, están más que invitados para abrir la cancha a que las cosas se puedan hacer diferente.


Hacia un Plan Nacional de Formalización

La informalidad en el Uruguay ha bajado, levemente, en los ultimos a ños, al menos en su definición tradicional: son informales aquellos tr...